El monasterio de San Juan de los Reyes está en Toledo. Tiene una gran historia, claro. Pero también revela restos de otros pasados menos reflejados en los libros. La gárgola de abajo es sólo una de las que rodean el claustro del monasterio. Cada una es diferente y puede suponerse que cada una fue cincelada cuidadosamente por un artesano que pensó la forma, buscó la piedra, la rebajó golpe a golpe y la fijó en su lugar desafiando el obvio desequilibrio. Me gusta pensar que el primer día que llovió se quedó observando desde los soportales del claustro como el agua comenzaba a manar de las bocas de sus extraños seres.
Otras historias entre las muchas posibles están al salir del edificio. Por ejemplo, sobre algunos de los muros exteriores se fijaron hace tiempo trozos de cadenas.
Cada uno de esos trozos es parte de la vida de alguien que estuvo cautivo hace más de cinco siglos. Iglesia y monasterio de construyeron a finales del siglo XV por orden de los Reyes Católicos. Según avanzaba la Reconquista se fueron liberando prisioneros de las cárceles del Sur, hasta llehar a Granada. Algunos de ellos conservaron las cadenas que les habían mantenido presos y las dieron como exvotos a la iglesia. Son las que hoy aún cuelgan en las fachadas.
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