Ya saben lo del genoma Neandertal. Se lo comenté brevemente en el post anterior y hoy es portada de muchos diarios y comentario general en los primeros programas de radio del día. Les copio abajo un enfoque de asunto diferente que escribí cuando se supo que se estaba secuenciando su genoma hace unos meses. Es mi recuerdo personal y subjetivo de estos personajes, hoy un poco más próximos.
No llegaba yo a los veinte años, creo. El día, un ventoso sábado de invierno, no daba para ir a la montaña y tras examinar las opciones decidimos conocer lo que teníamos más a mano. Cualquier cosa antes de quedarnos en casa un fin de semana. Nos acercamos a una de las treinta o cuarenta cuevas que estaban a menos de una hora de carretera. Cuevas en principio con poco interés pero que tal vez depararan alguna sorpresa.
El precedente era una de apenas cien metros en un monte de Candamo, a poca distancia de un chorco de lobos de piedra, hoy oculto por la vegetación. Allá encontramos pinturas en una pared y restos de madera quemada cubiertos de una fina pátina de calcita.
Esta vez no sería así. Recorrimos una carretera sinuosa, flanqueada de árboles ahora sin hojas. Entramos a media mañana sin gran entusiasmo porque había empezado a llover y con una vestimenta poco ortodoxa: buzos azules de obra y arneses sólo para llevar el carburero, casco y botas de goma. En esto último yo disentía y prefería las "chirucas" de siempre que me mantendrían con los pies mojados permanentemente pero que eran más seguras en cuevas como esta, sin dificultades técnicas pero con agua y barro.
El día transcurrió sin pena ni gloria, curioseamos por la galería superior, llena de polvo (o al menos la recuerdo así) y al final bajamos a la del río. Con la seguridad de la ropa seca en el coche nos metimos hasta el cuello avanzando hasta que la galería se cerró. Nada especial nos llamó la atención.
Salimos ya de noche. La ropa completamente empapada acabó en las bolsas de plástico y con la calefacción del coche volvimos a Avilés. No hicimos ninguna foto. Unas cervezas en un bar y la conversación derivó a cualquiera de nuestras obsesiones de entonces. A cualquiera menos a esa cueva que no nos había llamado la atención comparada con las maravillas de otras más próximas a los Picos de Europa.
Pasó el tiempo, dejé la espeleología y de aquellos años quedaron unas pocas fotos y un casco Peltz que aún guardo colgado en una esquina del garaje.
Casi tres décadas después leí que se habían encontrado restos humanos en una cueva asturiana. No eran restos recientes, de la guerra civil, sino muy antiguos, de hacía más de 40 mil años. Un niño, tres jóvenes y cinco adultos acabaron sus vidas allí. O dicho de otra forma, cuando visitamos aquella cueva una tarde de invierno, en algún lugar de aquellas galerías por las que pasamos estaban los restos de nueve personas, de nueve neardertales. Hoy se ha secuenciado parte de su genoma, muy próximo al nuestro y que, sin embargo, señala a una especie distinta. Distinta pero humana. Extintos, los neandertales descansaron decenas de miles de años en la Cueva del Sidrón, en el concejo de Piloña, en Asturias.
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