Eso significa que tenemos bombas de racimo en nuestro arsenal.
Ese es el aspecto clave pero no parece que sea el único detalle. Se confirma, por ejemplo, que la destrucción de las bombas de racimo se hace en las instalaciones de FAEX (Fabricaciones Extremeñas) en Cáceres. Una parajoda (no es errata) porque FAEX forma parte de la compañía Explosivos Alaveses SA (Expal) que fabrica las llamadas BME 330. Podemos encontrar algo de información al respecto en Portal Aeronáutico, donde en una sección de armamento aire-superficie del Ejército del Aire se mencionan tres variantes. Para confirmar un poco más el dato, en esta página aparece información de la BME 330 proviniente de una empresa del ramo bajo el título "BME 330 AR Cluster Bomb (Spain)". Podemos encontrar datos similares en Infodefensa.com. Dicen que en el Ejército del Aire hay tres tipos de BME 330, según su carga:
- BME 330C, con una carga de 180 submuniciones CP, CH o SNA
- BME 330AT, con una carga de 512 SAC-1 y 4 MAC-2
- BME 330AR, con una carga de 8 SAP y 20 SNA
- CP: antipersonal, alto explosivo de fragmentación, letal a 5 m (0.8 kg)
- CH: carga hueca, anticarro, 200 mm.(0.8 kg)
- SNA: alto explosivo, denegación de área (0.8 kg)
- SAC-1: carga hueca y fragmentación, anticarro, 100 mm (0.2 kg)
- MAC-2:alto explosivo, anticarro, denegación de área (3.5 kg)
- SAP: carga hueca y alto explosivo, perforante, daña unos 50 m cuadrados (18 kg)
- MK-20 Rockeye II, de origen norteamericano aunque fabricadas aquí bajo licencia. En concreto, el Ejército del Aire utiliza la version CBU-100/B, que con un peso de 248 kg contiene 247 bombetas Mk-118 anticarro de 600 g de peso cada una que pueden perforar 19 centimetros de acero.
- MAT 120: munición de mortero, con 21 submuniciones de efecto contra carro y de fragmentación, cuyas espoletas electrónicas están dotadas de dispositivos de autodestrucción y auto-neutralización, eliminando así el riesgo de municiones activas abandonadas sobre el terreno.
Por cerrar con un detalle menos siniestro les diré que las bombas de racimo han estado en un sitio donde no se las esperaba: en el discurso de un fotógrafo llamado Gervasio Sánchez, un cordobés que ha pasado su vida reflejando en sus fotografías los peores lugares del mundo.
A este fotógrafo se le concedió el Premio Ortega y Gasset de fotografía por una imagen titulada Sofía y Alia. La breve historia de Sofía Elface está aquí y la foto es esta:
Gervasio Sánchez escribe artículos, siempre sobre lo mismo: nuestro fracaso como humanos evidenciado por las guerras. Merece la pena también leerle en Los desastres de la guerra.
Gervasio recibió el premio y dijo, entre otras cosas y con nombres propios, lo siguiente (el discurso completo está aquí):
Señoras y señores, aunque sólo tengo un hijo natural, Diego Sánchez, puedo decir que como Martín Luther King, el gran soñador afroamericano asesinado hace 40 años, también tengo otros cuatro hijos víctimas de las minas antipersonas: la mozambiqueña Sofia Elface Fumo, a la que ustedes han conocido junto a su hija Alia en la imagen premiada, que concentra todo el dolor de las víctimas, pero también la belleza de la vida y, sobre todo, la incansable lucha por la supervivencia y la dignidad de las víctimas, el camboyano Sokheurm Man, el bosnio Adis Smajic y la pequeña colombiana Mónica Paola Ojeda, que se quedó ciega tras ser víctima de una explosión a los ocho años. Sí, son mis cuatro hijos adoptivos a los que he visto al borde de la muerte, he visto llorar, gritar de dolor, crecer, enamorarse, tener hijos, llegar a la universidad. Les aseguro que no hay nada más bello en el mundo que ver a una víctima de la guerra perseguir la felicidad. Es verdad que la guerra funde nuestras mentes y nos roba los sueños, como se dice en la película Cuentos de la luna pálida de Kenji Mizoguchi. Es verdad que las armas que circulan por los campos de batalla suelen fabricarse en países desarrollados como el nuestro, que fue un gran exportador de minas en el pasado y que hoy dedica muy poco esfuerzo a la ayuda a las víctimas de la minas y al desminado. Es verdad que todos los gobiernos españoles desde el inicio de la transición encabezados por los presidentes Adolfo Suarez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero permitieron y permiten las ventas de armas españolas a países con conflictos internos o guerras abiertas. Es verdad que en la anterior legislatura se ha duplicado la venta de armas españolas al mismo tiempo que el presidente incidía en su mensaje contra la guerra y que hoy fabriquemos cuatro tipos distintos de bombas de racimo cuyo comportamiento en el terreno es similar al de las minas antipersonas. Es verdad que me siento escandalizado cada vez que me topo con armas españolas en los olvidados campos de batalla del tercer mundo y que me avergüenzo de mis representantes políticos. Pero como Martin Luther King me quiero negar a creer que el banco de la justicia está en quiebra, y como él, yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte.
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