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Thursday, December 13, 2007

Aquellos poderosos ordenadores

Mi tesis de licenciatura, que iba sobre climatología, exigió una serie de análisis estadísticos que me obligaron a viajar a Santiago de Compostela, donde existía un ordenador con el paquete estadístico BMDP. El proceso era ritual: llegabas por la mañana, justo a la hora de abrir la puerta del Centro de Cálculo. La sala no tenía nada más que unos cajones de madera en una de las paredes. Tirabas de uno e introducías un paquete de tarjetas de cartón unidas por una goma elástica. Esas tarjetas contenían los parámetros que había que pasarle al BMDP y los datos sobre los que debía trabajar. Empujabas el cajón y se suponía que una mano misteriosa, en algún momento, recogía el paquete desde el otro lado.

Las tarjetas habían sido perforadas una a una en una suerte de pupitre con teclado, y mi tesina contaba con 642. Cada tarjeta podía almacenar 80 caracteres alfabéticos o numéricos.

Una vez introducido el paquete podías dedicarte a deambular por la granítica ciudad hasta pasado el mediodía. En ese momento volvías a la sala y abrías el cajón. Si no había nada era que aún no habían tenido tiempo para procesar el encargo y podías tomarte el día libre (lo cual solía tomar forma de vino de Ribeiro y queso con anchoas). Si había algo eran las fichas y un montón de papel rayado ("pijama" se decía). Salvo errores de lectura, allá estaban los cálculos impresos con una enorme impresora matricial.

Mi primer ordenador fue un Sharp 3201 al que llamé Cornelia (no me pregunten la razón, siempre quise darle nombre a estos trastos). Cornelia ganaba por goleada a sus congéneres de principios de los 80 porque mientras todos tenían 32 Kb de RAM, aquí podíamos disfrutar de 48 Kb. Además podía trabajar con una cinta de cassette para almacenar secuencialmente un "sinfín" de datos. Con Cornelia se elaboró el Estudio Epidemiológico en la Población Escolar de Avilés que comenté hace poco.

Luego mejoré notablemente mis capacidades comprando un Digital Rainbow 100+ de nombre Mariana que ya contaba con 128 kb de RAM aunque aún carecía de disco duro. Mariana se reseteaba cada vez que alguien pulsaba el timbre de la puerta. Por suerte encontré la solución: un gran transformador 220 a 220 V; y sí, en efecto, transformar no transformaba nada pero evitaba los picos y con ellos el desplome del sistema y del trabajo.

Por el medio muchas variantes de cálculo, desde una calculadora HP-41CV que aún uso (cumple estos días 27 años de funcionamiento intachable), hasta la regla de cálculo Faber-Castell que aprendí a manejar por pura afición porque, obviamente, hacía años que pertenecía al Jurásico.

Hoy, Cornelia II es un ordenador con 4 procesadores, 8 Gb de RAM y 2 Tb de disco duro. Poéticamente, ya no es lo mismo, pero es de una eficacia aplastante.

Cornelia II

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