Don Jaime dedica el primer párrafo a recordarnos que el Estado tiene un enorme déficit y que la cosa está muy chunga. En su segundo párrafo propone su ocurrencia: una desamortización de bienes públicos. No sé si ese término es conocido al otro lado del charco pero la definición de la Wikipedia es buena:
Consistió en poner en el mercado, mediante una subasta pública, las tierras y bienes no productivos en poder de las llamadas «manos muertas», es decir la Iglesia Católica o las órdenes religiosas y territorios nobiliarios, que los habían acumulado [por causas diversas].Es decir, se vendió un patrimonio privado para engrosar las arcas del Estado, enajenando tierras, edificios e incluso bienes comunales. Los nuevos propietarios (a veces no tan nuevos) pagaban impuestos a partir de ese momento por lo que negocio fue redondo para el Estado.
Hoy nuestra legislación prohíbe enajenar propiedades. Cosas de la seguridad jurídica. Por lo tanto, don Jaime acude a los bienes públicos y cómo no, se fija en los montes. De sus cuentas sale que son enajenables unos 7,5 millones de hectáreas de "superficie forestal" (no cubierta de bosques necesariamente en la actualidad). Vendiendo 1/3 de las mismas, el Estado podría ingresar entre 7500 y 21000 millones de euros.
El párrafo siguiente esboza la ingeniería legal necesaria para semejante asunto. No es fácil pero él encuentra alguna solución. Me gusta especialmente la siguiente:
Los bienes comunales y demás de dominio público son inalienables, imprescriptibles e inembargables. No obstante, la ley permite la alteración de la calificación jurídica de los bienes previo expediente en el que se acredite su oportunidad y legalidad.Es todo tan fácil ¿verdad? Me recuerda algo a aquello de Groucho Marx de "mis principios son estos pero si no le gustan tengo otros": la ley no permite embargar el terreno porque es comunal luego la solución es hacer un expediente para que deje de serlo y entonces vía libre. Con dos cojones.
Al final don Jaime reconoce que no tiene ni idea de si la cosa va a funcionar. Pero le da igual: enajenemos los bienes públicos y si sale mal pelillos a la mar.
Bosques de Quercus pyrenaica, enajenables, a vista de satélite. |
La crisis no la ha provocado la naturaleza pero parece que dilapidar lo poco que nos queda en este país es la mejor solución que se le ocurre ¿no sería mejor, sólo sugiero, analizar lo que ha ocurrido y ponerle freno a los dislates de las entidades especuladoras? ¿No sería mejor controlar mucho más duramente el endeudamiento de las admisnitraciones? ¡Ah, que eso no se puede hacer!
Recordemos también, aunque tampoco lo diga él, que ese déficit se ha producido en buena parte por gastar más de lo que se tiene, por hacer las cuentas de la lechera previendo ingresos dudosos, por realizar, en suma, una pésima gestión del dinero público. Como dice Curro, hemos vivido importando riqueza del futuro a base de créditos, de forma que ese futuro se presentará en su momento despojado de recursos y de posibilidades, depredado, pidiendo que paguemos finalmente nuestras deudas.
La solución debe venir, parece ser, poniendo precio a los montes (ojo, que los desiertos no los comprará nadie) y vendiéndolos a cualquiera que esté dispuesto a pagar. Destruyamos lo que sea para sacar de apuros hoy a unas administraciones manirrotas. Mañana será otro día. Que nuestros hijos busquen sus propias soluciones creativas. Eso es lo que propone el doctor Lamo de Espinosa, catedrático de economía y, tiemblen, ingeniero agrónomo y exministro. Otro día hablamos de las diferencias entre valor y precio.
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