La investigación sobre estas enfermedades tiene hoy una revista específica que, además, es de acceso abierto: PLoS Neglected Tropical Diseases.
Aunque no es mi campo de trabajo ni de lejos, a veces me llama la atención algún artículo y lo ojeo. Recientemente apareció uno que sirve para ilustrar como en 99.99% la ciencia se hace en pequeños, pequeñísimos pasos y como los avances son extremadamente costosos en esfuerzo personal. Este es uno de los motivos por los que me enervan los que, sin haberse molestado en aprender, venden milagrosos remedios y critican a lo que ellos llaman "ciencia oficial", que no es otra cosa que una comunidad imperfecta pero que trabaja intensamente.
La úlcera de Buruli (UB) es una más de esas puñeterías mencionadas al principio. Fue descrita hace 60 años en Australia, lo mismo que su causante, la bacteria Mycobacterium ulcerans (MU). Sin embargo, los casos australianos son muy pocos comparados con los de África donde se ha extendido ampliamente en las últimas dos décadas afectando a varios miles de personas al año, en su mayoría niños menores de 15 años. La enfermedad es muy seria: comienza con una hinchazón que acaba convirtiéndose en una úlcera, normalmente indolora, que crece destruyendo tejidos llegando en los casos graves a destruir el hueso. Si quieren ver alguna foto busquen "Buruli" en Google imágenes aunque no se lo recomiendo.
La causa de los daños es una toxina llamada micolactona que causa necrosis y apoptosis en los tejidos inhibiendo la respuesta inmunitaria. En el año 2004 se mostró que la capacidad de generar micolactona por parte del MU está codificada en media docena de genes localizados en un plásmido, un fragmento de ADN externo a los cromosomas de la bacteria.
La UB está presente en unos 30 países y no existe vacuna. Tiene tratamiento antibiótico (una combinación de rifampicina y estreptomicina) en las fases tempranas aunque es largo (8 semanas) y no totalmente eficaz en todos los casos, lo que se agrava porque el diagnóstico precoz es complicado. Existen métodos rápidos, eficaces y sensibles basados en el análisis de ADN pero no espere encontrarlos en las aldeas de Uganda.
A pesar del tiempo transcurrido desde su descripción no se conoce gran cosa del ciclo de vida de la bacteria ni de algo extremadamente importante: la forma de transmisión. No se sabe cómo se adquiere la enfermedad. Parece claro que no hay contagio de persona a persona (al contrario en la tuberculosis y la lepra, las otras dos enfermedades micobacterianas más extendidas). También parece que la enfermedad siempre se manifiesta en lugares próximos a agua estancada. La ausencia de ciclos estacionales y la mayor frecuencia de afecciones en las piernas apuntan claramente a algún organismo acuático. En este sentido, se ha localizado ADN de MU en algunos mosquitos en Australia y en algunos otros insectos en África, y en el año 2002 se confirmó que las mordeduras del hemíptero Naucoris podían transmitir la UB a ratones en laboratorio pero eso no es suficiente para definir el ciclo real de la enfermedad. Por cierto, de confirmarse que el vector es un insecto sería un caso único en las afecciones micobacterianas.
Los avances, después de 60 años, son tan lentos debido a una frustrante característica de MU: se resiste a crecer en laboratorio. Por este motivo, las muestras tomadas de los organismos sospechosos (hemípteros acuáticos sobre todo) nunca han dado resultados positivos, nada aparece en los medios de cultivo tradicionales. Es más, nunca se ha aislado y localizado MU en la naturaleza de modo directo, como mucho confirmando la presencia de secuencias de ADN específicas: un indicio genético (hoy contestado además), no una confirmación fenotípica. Cuando las muestras proceden directamente de los enfermos es posible cultivarlas pero aún así son de crecimiento muy lento (varias semanas).
La belga Francoise Portaels, del Instituto de Medicina Tropical (ITM, Bélgica) ha dedicado su vida a la investigación de esta enfermedad, desde que en 1969 comenzara su tesis doctoral en el Congo y cosechara sus primeros fracasos con el MU. Hoy, casi 40 años después, ha conseguido aislar MU a partir de hemípteros acuáticos.
El procedimiento ha sido cualquier cosa menos cómodo, tomen la receta: se trituran los hemípteros (del género Gerris y capturados en Benin) en un mortero; la papilla se trata con esterilizantes específicos para garantizar que se ha muerto todo bicho viviente menos las micobacterias. Luego se inyecta el producto resultante en las patas de ratones de laboratorio, las habituales víctimas colaterales de todas estas cosas. Pásese de ratón a ratón dos veces durante dos años y finalmente se consigue que la bacteria comience a crecer en medios de cultivo convencionales. Del estado final de los ratones mejor no hablamos.
Las poblaciones son, por fin, de bacterias de verdad que forman una cepa llamada imaginativamente 00-1441. En el análisis de su ADN se ha encontrado una mutación concreta (un solo nucleótido) que también aparece en cultivos procedentes de enfermos de la misma región africana. La conclusión es que se puede establecer por primera vez una relación entre los cultivos procedentes del insecto y los enfermos, sugiriendo un origen común, estableciendo un nexo probable. Aún así, no hay evidencia de que los hemípteros triturados, del género Gerris, muerdan a la gente por lo que no está claro si tienen algún papel relevante en la transmisión de la enfermedad o si son simplemente contenedores pasivos de MU.
Tanto cuento para tan poca cosa, dirán ustedes, pero eso es lo que hay, en los laboratorios y despachos se estudian fenómenos elusivos, cuya comprensión es un lento proceso de desbroce en un sistema natural demasiado complejo. No hay remedios milagrosos, curalotodos ni panaceas mágicas o esotéricas. La medicina avanza poco a poco, con un gran esfuerzo individual y colectivo, no a golpe de iluminaciones ni de epifanías.
El bichejo en cuestión (de aquí)
Documentos: artículo original en PLoS Neglected Tropical Diseases; página sobre la UB en la OMS; una reseña en Science.
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